Carta de un pecador a una flor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pequeña I.:

 

 

Te escribe uno que naufragó en más mares de los que pretendía. Que tuvo fe, que la perdió, que la volvió a entcontrar, y luego (cuando empezaron los naufragios y se fue al demonio el matrimonio, y con el tiempo también la hija, y que después empezó a menterse en bailes en los que hubiera preferido no meterse) dio un paso al costado, y , sin perder la fe, metió el alma en el refrigerador.

 

Pasó el tiempo y otra vez la fe empezó a diluirse, pero bueno, casi diría que me estoy acostumbrando a estos vaivenes, pero en el fondo duelen, aunque uno no sea de andar contándolo por ahí.

Para hacerla corta: siempre quise un mundo mejor, más solidario, donde el hombre no fuera un lobo del hombre. Y traté de mantener una conducta acorde con esos deseos -aún en los momentos de fe y sin fe- y creo que pocas veces claudiqué.

Sin embargo, hay una diferencia: desde la fe el mundo tiene más sentido, casi diría que basta proponerse cambiar las cosas que están mal y las cosas comienzan a modificarse. Parece que alguien te acompaña y comienza a tocar los corazones que te rodean. Sos más feliz, te sentís más entero, el mundo te puede seguir pareciendo ridículo, pero tenés la fuerza necesaria para seguir luchando por su transformación.

Si aceptas el consejo de alguien que quizá ya no crea, te lo digo en pocas palabras:

Creé, porque la fe, te lo aseguro, mueve montañas, transforma los corazones, te hace feliz.

!Ah!, si por una de esas vueltas de la vida dejaras de creer, rezá para recuperarla, como a veces hago yo, cuando me acuerdo.

 

Un beso grande. J. (La oveja negra)

 

 

 

 

 

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