Condeno
tu vanidad, pero no tu orgullo; porque si danzas mejor que otra, ¿por qué te
denigraría humillándote delante de quien baila mal? Hay una forma de orgullo
que es amor por la danza bien danzada.
Pero
el amor de la danza no es amor por ti que danzas.
Extraes
tu sentido de tu obra, no es la obra que se prevalece de ti. Y no la acabarás
jamás, sino en la muerte. Sólo lo vanidosa se satisface, interrumpe su
marcha para contemplarse y se absorbe en la adoración de sí misma. Nada
tiene que recibir de ti, sino tus aplausos. Nosotros despreciamos tales
apetitos, nosotros, eternos nómades de la marcha hacia Dios, pues nada de
nosotros puede satisfacernos.
La
vanidosa ha hecho alto en sí
misma, creyendo que se logra un rostro antes de la hora de la muerte. Por esto
no sabría ni nada recibir ni nada dar, precisamente a la manera de los
muertos.
La
humildad del corazón no exige que te humilles, sino que te abras.
Es la
llave de las transmutaciones. Solamente entonces puedes dar y recibir. Y no sé
distinguir lo uno de lo otro, esas dos palabras para un mismo camino. La
humildad no es sumisión a los hombres, sino a Dios. Así, con la piedra
sometida no a las piedras, sino al templo. Cuando sirves, sirves a la creación.
La madre es humilde delante del niño y el jardinero delante de la rosa.
Yo, el
rey, iría a someterme sin embarazo a la enseñanza del labrador. Porque sabe
más que un rey sobre la labranza y sabiéndolo dispuesto a instruirme, se lo
agradeceré sin creerme menguado. Pues es natural que la ciencia de la
labranza vaya del labrador al rey. Pero, desdeñando toda vanidad no solicitaré
que me admire. Porque el juicio va del rey al labrador.
Has
hallado en el curso de tu vida a aquella que se ha considerado un ídolo. ¿Qué
recibía del amor? Todo hasta tu alegría al encontrarla se la transforma en
homenaje. Más costoso es el homenaje, más vale: la agradaría más tu
desesperación.
Devora
sin nutrirse. Se apodera de ti para quemarte en su honor. Es semejante a un
horno crematorio. Se enriquece en su avaricia, con vanas capturas creyendo que
encontrará su alegría en ese apilamiento. Mas no apila sino cenizas. Porque
el uso verdadero de tus dones era camino del uno al otro, y no captura.
Puesto
que ve en esto un salario, se guardará concedértelo en retorno. Falta de ímpetus
para colmar, su falsa reserva te pretenderá que la comunión dispensa de los
signos. Es marca de impotencia para amar, no elevación del amor. El escultor
si desprecia la arcilla, modela el viento. Si tu amor desprecia
los signos del amor, con el
pretexto de alcanzar la esencia, es sólo vocabulario. Si quieres deseos y
presentes y testimonios. ¿Podrías amar el dominio si excluyeras de él
sucesivamente, considerándolos superfluos porque son demasiado particulares,
el molino, el rebaño, la casa? ¿Cómo construir el amor que es rostro leído
a través de la trama, sino hay trama sobre la cual inscribirlo?
Porque
no hay catedral sin ceremonial de las piedras.
Y no
hoy amor sin ceremonial con vistas al amor.
No
alcanzo la esencia del árbol si lentamente
no he amasado la tierra según el ceremonial de las raíces, del tronco
y de las ramas. Que es uno. Tal árbol y no otro.
Pero
aquélla desdeña los cambios de los que nacería. Busca en el amor un objeto
capturable. Y ese amor no tiene significado.
Cree
que el amor es regalo que puede encerrar en sí. Si la amas, es porque te ha
ganado. Te encierras en ella, creyendo enriquecerte. El amor no es tesoro por
coger, sino obligación de una y otra parte. Sino fruto de un ceremonial
aceptado. Sino rostro de los caminos de la transmutación.
Esa no
nacerá jamás; porque solamente
naces de una red de lazos. Permanecerá semilla abortada y con un poder sin
empleo, seca de alma y de corazón. Envejecerá, fúnebre, en la vanidad de su
captura.
Porque
no puedes atribuirte nada. No eres un cofre. Eres el nudo de tu diversidad. Así
con el templo, el cual es sentido de las piedras.
Apártate
de ella. No tienes esperanza ni de embellecerla ni de enriquecerla. Tu
diamante será trasformado en cetro, corona y marca de dominación. Para
admirar, aunque sea una alhaja, es preciso la humildad de corazón. Ella no
admiraba: envidiaba. La admiración prepara el amor; mas la envidia prepara el
desprecio. Despreciará, en nombre del que por fin detenta, todos los otros
diamantes de la tierra. Y la habrás arrancado prematuramente del mundo.
La habrás
arrancado de ti mismo, no siendo ese diamante camino de ti hacia ella, ni de
ella hacia ti, sino tributo de tu esclavitud.
Por
esto, cada homenaje la volverá más dura y más solitaria.
Dile:
Ciertamente,
me he apresurado por llegar a ti, en la alegría de encontrarte. Te he enviado
mensajes. Te he colmado. Para mí, la dulzura del amor era esa opción a
desearte en mí mismo. Te concedía derechos a fin de sentirme ligado. Tengo
necesidad de raíces y de ramas. Me proponía para asistirte. Al igual que con
el rosal que cultivo. Me someto
al rosal. Nada de mi dignidad se ofende por los compromisos que contraigo. Y
así me debo a mi amor.
No
tengo temor a comprometerme y he representado papel de solicitante. He
avanzado libremente; pues nada en el mundo puede detenerme. Pero te engañabas
acerca de mi llamada, porque has creído leer una dependencia en mi llamada:
no dependía. Era generoso.
Has
contado mis pasos hacia ti, no nutriéndote de mi amor sino del homenaje de mi
amor. Has tenido desprecio por el significado de mi solicitud. Me apartaré,
pues, de ti para honrar solamente a aquella que es humilde y que iluminará mi
amor. Ayudaré a engrandecerse solamente a aquella que mi amor agrandará. Lo
mismo que cuidaría al enfermo para curarlo, no para halagarlo: tengo
necesidad de un camino, no de un muro.
No
pretendías el amor, sino un culto. Has bloqueado mi camino. Te has alzado en
mi camino como un ídolo. Nada me importa este encuentro. Iba a otra parte.
No soy
un ídolo a quien se sirva, ni un esclavo que sirve.
Repudiaré
a quienquiera mi reivindique. No soy un objeto dejado en prenda, y nadie tiene
crédito sobre mí. Del mismo modo, sobre nadie tengo crédito. De la que amo,
recibo perpetuamente.
¿A quién,
pues, me has comprado para reivindicar esta propiedad? No soy tu asno. Debo a
Dios, quizá, permanecerte fiel. Pero no a ti.
Así
con el imperio, cuando un soldado le debe la vida. No es crédito de imperio,
sino crédito de Dios. Ordena que el hombre
tenga un sentido. El sentido de ese hombre es ser soldado del imperio.
Así
con los centinelas que me deben honores. Los exijo; pero nada retengo para mí
mismo. A través de mí, los centinelas tienen deberes. Soy el nudo del deber
de los centinelas.
Así,
en el amor.
Pero si
encuentro a aquella que enrojece y que balbucea, y que tiene necesidad de
presentes para aprende a sonreír, pues significan para ella viento del mar y
no captura, entonces me convertiré en camino para liberarla.
No iré
a humillarme ni a humillarla en el amor. Seré alrededor de ella como el
espacio, y en ella como el tiempo. Le diré: “No te apresures a conocerme,
nada hay en mí que puedas asir. Soy espacio y tiempo donde llegar a ser.”
Si ella
tiene necesidad de mí, como la semilla de la tierra para hacerse árbol, no
la asfixiaré con mi suficiencia.
Tampoco
la honraré por ella misma. La apresaré firmemente con las garras del amor.
Mi amor será para ella águila de alas poderosas. Y no es a mí a quien
descubrirá, sino, por mí, los valles, las montañas, las estrellas, los
dioses.
No se
trata de mí .Soy únicamente el que trasporta. No se trata de ti: eres únicamente
sendero hacia las praderas al despertarse el día. No se trata de nosotros:
somos en conjunto pasaje para Dios que toma por un momento nuestra generación,
y la gasta.
Se
me ocurrieron reflexiones sobre la vanidad. Porque siempre se me presentó no
como un vicio, sino como uno enfermedad. Y en aquella que he visto conmoverse
por la opinión de la multitud, y corromperse en sus pasos
y en su voz, a causa de que se transformaba en espectáculo, y la
causaban satisfacciones extraordinarias las palabras pronunciadas a su
respecto, en aquella cuya mejilla se encendía porque se la miraba, veía una
cosa diferente a la estupidez: enfermedad. Porque ¿cómo satisfacerse por
causa de las otros si no es por amor o don a los otros? Y sin embargo, la
satisfacción que le brinda su vanidad la parece más calurosa que la que
logra de los bienes, pues pagaría por ese placer en detrimento de sus otros
placeres.
Magra
alegría y desdichada como una lacra. Como el que se rasca si algo le pica y
esto le satisface. La caricia, por el contrario, es abrigo y morada. Si
acaricio a este niño es para protegerlo. Y recibe el signo en el rostro
aterciopelado.
¡Pero
tú, vanidosa, caricatura!
Esos,
los vanidosos, afirmo que han cesado de vivir. Porque ¿quién se muda en algo
más grande si primero exige recibir? Ese no crecerá más, desmirriado por la
eternidad.
Sin
embargo, si felicito al guerrero valeroso, he aquí que se conmueve y tiembla
como el niño de mi caricia. Y no hay en esto vanidad.
¿Qué
conmueve a uno y qué conmueve al otro? ¿Y en qué difieren?
La
vanidosa, si duerme...
No
conoceréis el movimiento de la flor que sacude en el viento las semillas, que
no le serán devueltas.
No
conoceréis el movimiento del árbol que entrega sus frutos, que no le serán
devueltos.
No
conoceréis el júbilo del hombre que da su obra, que no le será devuelta.
Y
lo mismo del guerrero que ofrece su vida. Y si lo felicito es porque ha
construido su pasarela. Le informo que ha renunciado así en favor de todos
las hombres. Y helo aquí contento no de sí sino de todos las hombres.
Pero
el vanidoso, caricatura. Y no pido modestia, porque amo el orgullo, que es
existencia y permanencia. Si eres modesto, cedes al viento como veleta. Puesto
que el otro tiene más peso que tú mismo.
Te
pido vivir no de lo que recibes, sino de lo que das; porque sólo eso aumenta.
Y esto no te ordena despreciar lo que das. Debes formar tu fruto. Y es el
orgullo quien preside su permanencia. ¡Si no, lo cambiarás de color, de
sabor y de olor, según el grado de los vientos!
Pero
¿qué es un fruto para ti? Tu fruto vale cuando no puede serte devuelto.
Aquélla,
sobre su lecho de ostentación y que vive de las aclamaciones del populacho:
“ Doy mi belleza y mi gracia y la majestad de mi paso, y los hombres admiran
mi pasaje, que es nave maravillosa del destino. Y me basta ser para dar.”
La
vanidad dimana del don de sí, falso y equivocado. Porque no puedes dar sino
lo que trasforma, como el árbol da los frutos que ha transformado de la
tierra. La danzarina la danza en que ha transformado su marcha. Y el soldado
su sangre que cambia en templo o imperio.
Pero
lo perra en celo nada es. A pesar de que los perros la rodean y la solicitan.
Porque lo que da no lo ha transformado. Y su alegría ha sido robada a
la alegría de la creación.
Se
propaga sin esfuerzo en los deseos de los perros.
Y
el que despierta la envidia y que siente su aroma es dichoso si es envidiado.
Caricatura
del don. Y se alza para hablar en los banquetes. Se inclina hacia los
convidados como el árbol bajo el peso de sus frutos. Mas los convidados nada
hallan que recoger.
Pero
siempre hay los que creen recoger, pues son más tontos que el primero, y si
estiman honrados por él. Y si lo sabe, el vanidoso cree que ha dado, porque
el convidado ha recibido. Y se
balancean uno delante del otro como dos árboles estériles.
La
vanidad es ausencia de orgullo, sumisión al populacho, humildad innoble. Pues
buscas al populacho para que te haga creer
en tus frutos.
O
aquel que ennoblece la sonrisa del rey: “Me conoce, pues”, dirá. Pero si
hubiera en él amor por el rey, enrojecería sin decir nada. Porque esa
sonrisa del rey no tendría para él más que un sentido: “El rey acepta el
sacrificio de mi vida...”
Y
de pronto, toda su vida se ha dado y cambiado en la majestad del rey. He
contribuido, podría decir, a la belleza del rey, que es bello por ser el
orgullo de un pueblo.
Pero
el vanidoso envidia al rey. Y si el rey le ha sonreído se drapea con esta
sonrisa y se pasea como una caricatura para ser envidiado a su vez. El rey le
ha prestado sus púrpuras. Porque sólo hay allí imitación y alma de simio.